5 de octubre de 2012

Festival de Valdivia, 1ª nota


 

El Festival de Valdivia era una asignatura largamente pendiente. Uno de los más reputados de Latinoamérica por la calidad de su programación, es famoso por su hospitalidad y por el maravilloso encalve donde está ubicada esta simpática ciudad. En la Región de los Ríos del Sur de Chile, a más de 800 kilómetros de Santiago, a ambas márgenes del río Valdivia y rodeada de bosques, ríos y lagos, Valdivia se anuncia como ciudad lluviosa. Ya lo advertía la invitación que me cursaron, y el corto institucional muestra a una joven preparándose a salir a la tarde lluviosa con una campera impermeable amarilla –color del Festival- desafiando la lluvia para ir al cine. Y los cartelitos que anuncian a los patrocinadores del Festival muestran las gotas de lluvia deslizándose por ellos, mientras se la oye caer. Pues es así: después de dos días fríos pero con sol, llueve y llueve. 
 

El Festival de Valdivia presenta una programación en la que abunda el cine latinoamericano, las nuevas producciones nacionales en una ventana del cine chileno, un foco dedicado al nuevo cine español –donde se presenta La casa Emak Bakia, ya vista y comentada en Claroscuros durante el último Bafici-, un homenaje al recientemente fallecido Raúl Ruiz y otro a Lautaro Murúa, un Foco Pablo Stoll, de quien se proyectan todas sus películas, otro sobre Silvio Caiozzi y también sobre Jean-Gabriel Périot. Cada noche se presenta una película de la sección Galas, con una selección de perlas de los más nuevos realizadores internacionales, presentadas recientemente en festivales de Europa. No falta una sección de Música y sociedad y la consabida Nocturna donde pululan los zombies, por lo que me cuentan, que espero no encontrar. Esto en apretada síntesis, pero hay mucho más en sus 106 largos y 106 cortometrajes.

La apertura del Festival de Valdivia fue por lo menos original, con una performance que más tenía de teatral y musical que cinematográfica, y la presentación mundial de la opera prima Miguel San Miguel, de Matías Cruz, un film que ficcionaliza los comienzos de la banda de rock Los Prisioneros, emblemática en la música popular chilena. Con una fotografía en blanco y negro oscura y contrastada, recrea la época más dura de la dictadura de Pinochet, cuando en el barrio popular de San Miguel eran habituales los operativos represivos contra sus habitantes, los secuestros, el miedo, las tímidas protestas. Allí se juntan los tres adolescentes para hacer música como escuchaban de los Beatles y otros grupos cuyos discos debían ir a comprar al más oligarca barrio de Providencia. Contada desde el punto de vista de Miguel Tapia, el baterista, la historia parece apoyarse en la inocencia de la edad, el candor, y poco se ve de su más conocida actitud contestataria. Tampoco se escuchan sus temas, a excepción de uno, detalle por demás curioso. Me pareció que con la película sucedía como con su argumento: el film termina cuando ellos salen a cantar a un escenario, y nunca llegamos a ver su actuación.

Resultó llamativo que la película de apertura esté producida por el director del Festival. Además, el mismo Bruno Bettati anunció que en lugar de discursos de funcionarios veríamos un corto documental sobre Pedro Knittel, un fotógrafo que registró la historia de Valdivia. Esto se debió a que dos días antes de la apertura se había incendiado una antigua tienda de Valdivia, arrasando con media manzana del centro de la ciudad. El corto Knittel –muy interesante por cierto, producido también por el director- documenta anteriores catástrofes que vivió la ciudad: tornados, inundaciones, terremotos y un incendio en 1909 que casi la arrasa, pero esas calamidades no aminoraron el espíritu de recuperación de su pueblo.
 
Resultó muy reconfortante ver Dos metros de esta tierra del español-palestino Ahmad Natche, quien cita unos versos del poeta Mahmud Darwich para mostrar una faceta menos conocida del pueblo palestino: los preparativos para un festival de música al aire libre. Operarios, músicos, periodistas, estudiantes en sus distintas actividades desenmascaran los operativos de la mala prensa internacional sobre este pueblo tan perseguido. La música y la cultura operan como medio para derribar el cerco y el aislamiento que vive su pueblo. Contrasta la beatitud de los participantes con los recuerdos de una anciana que ha vivido varias guerras y ataques, y con las fotos de niñas y jóvenes palestinas que participaron en la guerra de 1967.


Sofia´s Last Ambulance es un título nostálgico y en cierta medida apocalíptico para la situación de la salud en Bulgaria, cuya capital es, justamente, Sofía. Documental y opera prima de Ilian Metev, registra con rigor minimalista el operar de los tres miembros de un equipo móvil: médico, enfermera (¿o médica?) y conductor, que en precarias condiciones atienden los pedidos que un deteriorado sistema de radio logra hacerles llegar. La sombra de La muerte del señor Lazarescu sobrevuela el accionar de los socorristas. Con largos planos –primeros planos para los tres compañeros en sus diálogos dentro de la ambulancia- planos secuencia cuando atienden un paciente, el film tiene un interesante trabajo con el fuera de campo, donde quedan los pacientes y sus familiares, el hospital, la ciudad misma. Este film –como el anterior- rebosa humanismo en su cuadro de una situación que excede el aspecto asistencial, que habla de un país al que apenas vemos tras las ventanillas, pero que atraviesa una situación de emergencia.

Entre las Galas, vimos la última película del mexicano Nicolás Pereda, Los mejores temas, presentado en Locarno. Un largo recitativo de la lista de los numerosos temas de un CD de música romántica es el leitmotiv de un film que vuelve sobre los temas del realizador, sobre todo el de la familia fracturada. Pero así como retorna una y otra vez sobre el largo mantra, el film se pliega sobre sí mismo experimentando con las escenas, repitiéndolas con modificaciones, cambiando sus actores, incluso su iluminación y estética. Más allá aun, una voz introduce una pregunta que podría ser de la vida real, abriendo nuevas instancias, nuevos cruces entre ficción y realidad, con nuevos y mejores temas en este film experimental y enigmático.
 
Josefina Sartora

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